- La realizadora Marta Ferrer estrena una ‘A morir a los desiertos’, un documental
Redacción/PDC
CIUDAD LERDO.-El canto cardenche nació en las haciendas algodoneras de la Laguna. Se canta a capela porque los peones no tenían dinero para instrumentos, pero ni falta que les hacían con su voz era suficiente. Hoy esta música no pasa su mejor momento. Los más jóvenes parecen poco interesados en tomar la estafeta de los adultos.
Seducida por el impacto del canto, la realizadora de origen catalán, Marta Ferrer, viajó a la región para tomar registro de quienes mantienen viva esta música. Resultado de su investigación es A morir a los desiertos, una película íntima y personal que habla sobre la voz, la tierra y la vida.
¿Qué tipo de conexión estableciste con el canto cardencha como para dedicarle un documental?
El proyecto nació de una forma emocional. Un amigo me enseñó un video de los cardencheros de Sapioriz y me conmovió mucho. Conecté al punto que soñé con tres bocas cantándome al oído y me desperté convencida de hacer algo. Mi amigo sonidista Iván Pujol y yo fuimos a Torreón con los cardencheros, quienes a los cinco de minutos de conocerlos ya nos estaban cantando. Así empezó todo.
A través de la película descubrimos el vínculo del canto con la tierra y la vida. ¿Caíste en cuenta de esto durante el rodaje?
Después del anclaje emocional comencé la investigación para conocer la historia detrás del canto. Me fascinó su poder emocional y nostálgico. Su origen está en los peones de las haciendas algodoneras. La gente vivía en condiciones casi de esclavitud, muy duras. Se interpreta a capela porque no tenían dinero para instrumentos. Es impresionante el poder de la música para reflejar un pedazo de historia, un contexto social y el sentir de una comunidad. A lo largo del rodaje continuamente me preguntaba ¿de dónde viene este bello dolor? ¿Por qué es así el canto? Creo que en este sentido el paisaje y el desierto son muy importantes.
¿Por eso el cuidado en el diseño sonoro y la puesta en escena?
Quería mostrar la música en su hábitat y hacer una película muy sensorial, parecida a un viaje. Me dejé llevar por las emociones y quería transmitirlas.
Alrededor de los cardencheros se ha filmado y escrito bastante. ¿Cómo fue tu relación con ellos?
Me gusta el trabajo a largo plazo para conocer a la gente y a las comunidades. Los cardencheros están acostumbrados a que los entrevisten y les dediquen reportajes, así que lo más difícil fue romper con su idea del lenguaje audiovisual. Les parecía extraño que quisiera grabarlos mientras comían, caminaban o conversaban. Gracias a la honestidad se abrieron y quedaron contentos. En ningún momento busqué hacer una película que rescatara el canto cardenche, esto habría sido pretencioso y engañoso para ellos.
¿En algún punto cambió el tipo de película que buscabas hacer?
No. Cuando empiezas un documental no puedes intentar a cambiar el mundo. Ninguna película puede hacerlo. Si bien la ficción te exige planeación un documental se hace en el momento, pero siempre con la noción de que se necesita una exploración y un descubrimiento.
¿Cómo evitaste caer en el lugar común o visión casi colonizadora del documentalista que se presenta como alguien que descubre una realidad?
Podría haber caído en eso porque, además, si bien llevó diez años en México soy catalana. Siempre intento acercarme a las personas con respeto y empatía. Al final un documental de autor implica asumir una mirada y la mía no atravesaba por hacer una película informativa sobre el canto cardenche y su tradición. Para mí, lo importante era hablar de la importancia de la música. Relacionarme con ellos a partir de esto me alejó de cualquier posición de superioridad.
¿Cómo retratar la pobreza y el dolor con dignidad a nivel visual?
Nunca quise poner el foco en la pobreza sino en la forma en que el canto refleja las condiciones de dureza. Por eso hice la conexión con los jóvenes que trabajan en las maquiladoras. Antes su opción era el campo, ahora no. En lugar de caer en la mirada paternalista quería mostrar que es gente muy fuerte y resiliente a quienes el canto les ayuda a sacar de su dolor y a hermanarse. Al cantar se unían y eran rebeldes. Me gusta verlo como el blues mexicano, es una música que sale del alma. Además, al principio no tenía el objetivo de mostrarse ante un público era algo exclusivo de la comunidad.
En ese sentido, A morir a los desiertos es una película sobre la identidad.
Cierto, tiene muchos temas como la memoria, el olvido o la muerte. Es un canto que ha abierto una brecha generacional. Se pasó de padres a hijos y ahora muchos ya no lo quieren aprender. Todo indica que puede extinguirse, yo prefiero decir que se transformará en otra cosa.
Fuente: Aristegui Noticias.